Tumbada sobre la espalda, la tortuga permaneció encerrada en su concha
mucho tiempo. Pero al final las patas se movieron en el aire, intentando agarrar
algo para poder darse la vuelta. Su pezuña delantera se apoyó en un trozo de
cuarzo y poco a poco la concha se dio la vuelta y se puso derecha. La espiga de
avena loca cayó y tres de las semillas con cabeza de arpón se hundieron en la
tierra. Mientras la tortuga bajaba por el terraplén, su concha arrastró tierra por
encima de las semillas. La tortuga entró por una carretera de tierra y avanzó a
tirones a lo largo del camino dibujando en el polvo un surco poco profundo y
sinuoso con su concha. Los humorísticos y viejos ojos miraron adelante y el
córneo pico se abrió levemente. Las uñas amarillas resbalaron apenas en el
polvo.
Las Uvas de la ira - John Steinbeck